Varias veces, por caprichos del destino, se me han velado juegos tan buenos que han llegado incluso a cambiar la vida de algunas personas. Juegos de una belleza y factura sublimes a las que en su día no les acompañó la maquinaria industrial y propagandística. Juegos que, finalmente, tuve a mi alcance por una serie de felices casualidades. Desde que cayeron en mis manos me han hecho ver muchas cosas de una manera diferente.
Hubiera sido muy triste abandonar este mundo sin haberlos descubierto. Si fuera un reo condenado a muerte, es posible que mi última voluntad fuera clamar justicia por ellos antes que por mí. Todavía me amarga saber que, al igual que existen joyas que he podido disfrutar casi de milagro, existen otras tantas de las que nunca llegaré a oír hablar siquiera. Me las perderé de la misma manera que me he perdido tantos libros y películas buenas que han pasado desapercibidas para el gran público por la negligencia o ignorancia de quienes controlan el cotarro informativo.
Entre ese gran público me encontraba yo hasta que, por aquello que fue una mezcla de fetichismo y audacia, decidí ahondar en el recóndito pasado de mis consolas favoritas para descubrir toda la verdad acerca de ellas por mí mismo y no por experiencias de terceros. Empecé por la Sega Saturn y su variado catálogo de juegos de rol. Lejos de intentar empezar la casa por el tejado con juegos de serie Z, decidí probar Azel, título de calidad aclamada por los que antaño consideraba segueros extravagantes perdidos en el ciberespacio. Cual exiliados que predican en el desierto, quienes aseguraban que Panzer Dragoon RPG era mejor que el mismísimo Final Fantasy VII siempre existieron y se granjearon más detractores que defensores, a pesar de ser unos visionarios parejos a quienes se compraron ICO con el Metal Gear Solid 2 recién estrenado.
Yo siempre he sido neutral, y me maravillaba la pasión con la que defendían a este juego. Llegó el día en que no pude con tanta perplejidad y me agencié una copia japonesa, la única que mi bolsillo se podía permitir. Después de 30 horas inolvidables, este Panzer Dragoon se convertiría en el tótem de mi tribu de RPGs, justificando de sobras su estatus de título fetiche y de culto.
La paleta de tonos ceniza y terracota de la Saturn me había sumergido en un mundo que respiraba vida órganica remota, donde especies pretéritas trataban de sobrevivir al plan que pretendía subyugarlas para dominar sus secretos. Los mecanismos de defensa del planeta trataban de impedirlo por medio de un sistema de contraataque a agresores cuyas piezas angulares eran unos dragones. Y el prota, Edge, luchaba por averiguar qué era lo que realmente estaba pasando a lomos de uno de ellos. Edge y su montura fueron artífices de un sistema de combate que mezclaba detalles de los shooters con características generales de los RPGs por turnos; un sistema que, por bizarro que parezca, hizo historia.
De la mano de unos personajes secundarios grandiosamente definidos, dotados de muchas líneas de diálogo hablado (algo que para los 32 bits era el acábose) y una estética inconfundible, conseguí abstraerme como no había hecho desde los días en que, curiosamente, jugué a Final Fantasy VII. La partida a Azel se me hizo, como era de esperar, dolorosamente corta. Y eso que le dediqué más tiempo que el que le correspondía al rejugarlo en su mayor parte, puesto que perdí mis avances cuando ya me había pasado medio juego (la pila de la Saturn que permitía almacenar datos se me gastó cuando menos debía, la muy…).
Panzer Dragoon RPG tiene, además, un encanto inefable que lo hace particularmente especial. Su música, la combinación de elementos artísticos, el ritmo argumental… Cualquier detalle, por pequeño que parezca, está estudiado al milímetro y conforma un todo alucinante. Ningún remake que le puedan tributar tendrá jamás ni la mitad de magia que su entrega original. Lo que consiguió en su día en el plano técnico y jugable fue impactante, pero aún lo es más que en plena era HD dejara su huella en un jugador tan exigente y criticón como yo (lo acabé en mayo de 2007). El título cumbre de la Saturn fue también el título cumbre de mi lista de RPGs favoritos, y seguirá por siempre ocupando un lugar privilegiado en ella… y en mi memoria, si es que aún la conservo cuando sea un viejales.
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