Queridos amigos, permitidme que hoy os hable de un título que es, conceptualmente hablando, uno de los mejores juegos de todos los tiempos. Un Braid supernintendero, un cuento de hadas de retorcidas plataformas en el que no hay ni bruja ni princesa, sólo una colegiala con mochila que atraviesa un mundo fantástico donde confluyen todo tipo de criaturas marinas.
En una realidad que parece surgida de la mente del mismo L. Carroll, una misteriosa jovencita debe buscar puertas que comuniquen con otras fases y atravesarlas para pasar de nivel. Para alcanzarlas deberá hacer uso de un gancho y una cuerda que utilizará como liana retráctil.
Ambientado con una música y una estética propias de las películas de Ghibli, Umihara Kawase se convirtió, ya desde su mismo lanzamiento, en uno de los títulos con un mayor núcleo de fans devotos y fervientes defensores de su estilo de juego. La clave de que el plataformas que TNN creó en 1994 levantara tantas pasiones radica en que estaba dirigido a un público muy hardcore, pero a su vez todo el mundo podía ser capaz de completarlo. ¿Cómo se come eso? Veámoslo.
El mundo de Umihara Kawase está dividido en 57 fases, pero para completarlas sólo dispones de 30 minutos. Si consigues sobrevivir durante media hora, la pantalla en la que te encuentres en ese momento se convierte automáticamente en la última fase del juego, el cual termina cuando atraviesas una de sus puertas. A continuación, verás pasar los títulos de crédito y tras ellos, la pantalla de game over.
Así pues, quien quiera ver el supuesto final verdadero tiene que llegar hasta la fase 57 y abrir la última puerta de todas. Para conseguirlo es necesario ser una semideidad y tener una capacidad de sufrimiento y superación sólo al alcance de los que se pasaron el primer Ninja Gaiden de NES.
¿Qué cara se le queda entonces al superhumano que tras muchas calamidades lo consigue... sólo para descubrir que si atraviesas la última puerta lo único que ves es el listado de créditos de siempre?
Ni una triste imagen extra. Nada. Bueno, sí: el desconsuelo infinito.