Hace poco tuve el "placer" de probar Ganso Saiyuki: Super Monkey Daiboken (traducido queda como la siguiente longaniza: El viaje al Oeste original, la gran aventura de Super Monkey). Se trata de uno de los RPGs pioneros de NES, por no decir el primigenio (como siempre, la sombra de la duda me impide hacer una afirmación taxativa), y uno de los primeros en llevar a las consolas el clásico chino. Hasta aquí todo bien. Sin embargo, en Japón este juego está considerado como uno de los peores de la historia, lo cual le hace atractivo y evitable a partes iguales. Se le ha etiquetado de muchas formas, pero las más resultonas son "truñaco legendario" (伝説のくそゲー) y "truñaco extremo" (究極くそゲー). Vamos, the ultimate shit, que diría un señorito inglés. ¿Quién iba a poder resistirse a probarlo?
Comienzas en medio de la nada, sin saber adónde ir. En el pellejo de Goku, hay que acompañar a un rey y su caballo en busca de otros personajes que aparecen en la novela china, en un viaje que, efectivamente, lleva al oeste. El objetivo del juego es tan simple como encontrar a un cerdo (hakkai, el Oolong de Dragon Ball) y a un kappa (shagojo) e ir juntos a la capital de occidente.
Dicho así suena sencillo, pero durante la partida no hay pista alguna que nos remita al paradero de ambos bicharracos y lo que es peor, las distintas áreas del mapeado están separadas por mar o rocas, y sólo se pueden atravesar con unos puntos de teletransporte que van cambiando de lugar aleatoriamente y que ni siquiera se ven en pantalla.
Así, la mecánica del juego es tan simple como ir andando durante horas hasta que por arte de magia aparezcas en cualquier otro lugar, y buscar un nuevo warp con el que ir cambiando de paraje, a cual más inhóspito. Alguien con potra podría pasarse el juego en 15 minutos, porque si algo hace falta en este juego para avanzar es justamente eso, potra. La maña y la destreza son convidados de piedra en el bizarro mundo de Super Monkey Daiboken.
Pero no todo iba a ser vagar sin rumbo fijo por pedregales y desiertos místicos. De vez en cuando se producen combates aleatorios en los que un pantallazo nos lleva a un escenario rollo Zelda II donde nuestra comitiva tiene que darse de palos contra aquellos que les salgan al paso. Las batallas son en tiempo real y todos los personajes que tenemos en el grupo pelean de manera automática, excepto Goku. No se muestra el daño que se hace a los rivales ni el que se recibe y tampoco se ganan experiencia u objetos con ninguna de estas batallas. ¿Para qué sirven pues? Para desesperar al jugador y para poco más, la verdad. Por lo menos se producen de uvas a peras; el caso contrario hubiera sido una invitación descarada a apagar la consola.
Resulta curioso ver cómo la figura de algunos personajes se estiliza durante las batallas y cómo la de otros simplemente muta: el caballo, que también se apunta a la gresca, aparece bajo la forma de algo que parece un dragón. ¿Intencionalidad o grafismo churrero? El debate lleva generaciones produciéndose.
Harto de patear una y otra vez los mismos lugares y al borde de un ataque de epilepsia por los continuos destellos de la pantalla entre warps y combates sin sentido, decidí darle descanso eterno a esta inolvidable (léase con doble sentido) aventura. La fama la tiene merecidísimamente ganada, no creo haber jugado a algo tan aburrido en toda mi vida. El trauma me acompañará hasta el final de mis días ahora que he descubierto la esencia del mal hecha videojuego. Jugar en consola al mahjong sin conocer sus reglas puede ser una experiencia lúdica memorable en comparación a pasarse un rato con este cagarro. Si mi partida duró más de media hora fue únicamente por lo efectos hipnóticos de la música, una sucesión de tonos chinescos enlazados con el estilo que sólo un dj de verbena podría conseguir, un "mezclaíto" digno también de los mejores buffets libres orientales. Lo dicho, una experiencia única que no recomiendo a nadie, a no ser que se quiera desafiar los misterios del absurdo y experimentar una nada más acuciante que la descrita en la Historia interminable.
03 octubre, 2008
Un cagallón mítico
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