07 julio, 2009

El cadete espacial y los días sin internet


El otro día hablaba con unos amigos acerca de cómo sería la vida en el curro previa al estallido de Youtubes, Facebooks y similares. Vivimos una época oscura en lo que a rendimiento en la oficina se refiere: a la mínima se nos va la mano después de fichar y comenzamos con la otra rutina: tras la consulta pertinente del correo personal, viene el intercambio de links sobre actualidad, más o menos relacionados con el trabajo, que irremediablemente derivan en trapicheos de chorradas y paridas que hay sembradas por toda la red y de las que queremos hacer partícipes a nuestros compañeros, para así hacerles más amenas las largas horas de tajo que amenazan en el horizonte y, de paso, demostrar nuestra pericia con el noble arte del googleo.

Los blogs han ayudado también a hacer más llevaderos los días de poco ajetreo, quizás más conocidos como días de tocamiento de pelotas general. Días en los que además conviene fingir que uno está ocupado. Las bitácoras han contribuido, sin lugar a dudas, a llenar ese tiempo de amuermamiento que existe en todo periodo de productividad con información a la carta.

Poder leer sobre los temas que a uno le interesan en horas de trabajo es un lujo que hoy en día se nos sirve no en bandeja de plata, sino de platino. Leer blogs en horario de oficina es un crimen perfecto, rápido y limpio. Eso si uno no tiene por encima un jefe que, hasta los huevos de que le estén vampirizando, haya decidido capar el acceso a internet con el consiguiente owned a toda su plantilla de trabajadores. Para que nuestro jefe no se convierta en un insensato que nos quiera hacer regresar a la vida en las cavernas, es sabio navegar por páginas con pocas ilustraciones chillonas, pop-ups y demás; con estas discretas webs uno puede incluso llegar a dar el pego y hacer creer a la gente que está dando el callo. Para los que trabajan en otro país, además, es recomendable leer páginas en nuestra lengua, así cuando algún indígena nos mire por encima del hombro para ver con qué diablos estamos embobados, siempre podemos hacerle creer que se trata de una búsqueda de datos relacionados con una investigación personal, por decir algo. Vamos, lo que viene siendo frikear. Y es que estamos llegando a extremos en los que a muchos nos da pereza incluso el darle al Alt+Tab, atajo sacrificado en favor de una falsa dignidad.

Las sesiones de escaqueo sin tener que levantarse de la silla pueden llegar a ser tan extremas y contínuas que no es de extrañar que más de uno afirme, tras varios años de lo mismo, que se le acaba internet. Cuando se llega a este punto, siempre se dispondrán de estas opciones:

1. Empezar a leer cualquier cosa, incluso algo que a priori no interese en absoluto, con tal de matar el tiempo oficinesco, cuya unidad de medida oficial equivale a la de la sala del espacio y el tiempo de Dragon Ball (recordemos, una hora en su interior era un año en el exterior, o algo así). Si de paso se adquieren conocimientos con la lectura aleatoria, pues mejor que mejor. Linkear artículo tras artículo de la Wikipedia a través de hipertextos es una buena opción, y además reporta un aire de erudición magnífico con el que torear a los ojos curiosos que espían desde la lejanía nuestras pantallas. Ojos de Big Brother bizco que no pueden advertir la sabiduría arcana que estamos desempolvando, digna de la biblioteca con más solera de Oxford, representada por documentos clave para el futuro de la humanidad como el de la bebida energética de Steven Seagal.

2. Crear y gestionar un blog desde el mismo curro. Cuenta la leyenda que un 90% de los blogs que pueblan internet surgieron desde una oficina.

3. Jugar online a lo que sea. Cuanto más discreto sea el juego, mejor. Hoy en día hay jueguecillos que se muestran en una pequeña ventanilla y que permiten que la gente mamonee con total tranquilidad, sin que la mano del ratón sude al notar el aliento del jefe en el cogote. Eso sí, siempre habrá osados que se instalen el WOW en el equipo oficinesco sin ningún recato ni vergüenza y tuneen al máximo a todos sus personajes en lugar de estar a lo que hay que estar: haciendo pedidos, facturas, cuentas, gráficas, diseños, estudios de mercado o lo que sea. Si estás leyendo este blog desde el curro, ponte a trabajar ya mismo, holgazán.

Todo este rollo, sin embargo, no despeja mi duda inicial. ¿Con qué se mataba el tiempo en la oficina antes del advenimiento de la red de redes? En un ambiente de trabajo sin internet, se me ocurren varias posibilidades, que van desde el escaqueo prolongado tradicional (pausas maestras y recurrentes para el café o para echar un pitillo) al más cazurro (guerras de bolas de papel disparadas con canutos, tal vez).

Una cosa está clara: por mucho que a principios de los noventa internet aún no furulara plenamente o que ni siquiera estuviera disponible en los ordenadores desde donde uno fingía ganarse las habichuelas, el oficinista siempre dispuso de una dirección infalible que abría las puertas al relajo instantáneo, una ruta que se puede considerar como la pionera de la alianza hombre & máquina vs. trabajo: Inicio-Todos los programas - Accesorios - Juegos.

Así es, si alguien quería holgazanear no tenía más que ponerse a buscar minas o echarse unas partidas al solitario, versión casual de los juegos gratuitos de PC. Otros nos volvimos locos con la inclusión, a partir de Windows 95, del grandísimo e inmortal Cadete Espacial. Gracias a este pinball no solo el rendimiento en el curro, sino también en la escuela, se podía ver amenazado. Gloriosas fueron aquellas clases de clase de informática en las que, cuando el profesor se giraba, maximizábamos la pantalla del cadete, convenientemente pausada, y seguíamos dándole a la bolita. Siempre había algún pobre infeliz que no ponía "el Mute" (silenciaba el ordenador), y en consecuencia el sonido del cohete cargando, previo al lanzamiento de la bola, le delataba y le hacía justo ganador de un rosco por parte del profe y de collejas por gentileza de los colegas. El cadete espacial reinó en las aulas de mi colegio, y muy posiblemente en las oficinas del barrio, hasta que primero los chats clandestinos en páginas de "contactos" y luego el messenger empezaron a relegarlo al olvido.

Hoy en día parece que nos cuesta acordarnos de él, pero desde aquí quiero rendir tributo a un pionero del escapismo, un clásico de la era preinternet que tanta huella dejó a buen seguro en tantos y tantos de nosotros. Aún recuerdo esos documentos de Word abiertos, con una redacción para el cole a medias, y ese icono del cadete espacial que me robaba la vista, tentándome a que batiera un nuevo récord con él. La de horas que chupó esa mesa virtual. El sonido de las dobles puntuaciones aún retumba en mis oídos como si fuera ayer, y me hace recordar que aquellas tardes en casa, a pesar de no tener internet, podían ser igual de redondas y divertidas gracias al cadete.

4 comentarios:

Adol3 dijo...

Para eso existe el rincón de adol3,para hacer más amenas y llevaderas las tardes sin fin el la oficina. El rincón,ese lugar donde enseño todo lo que podéis encontrar en cualquier esquina por esos lares donde vivís y que parece que os pasan desapercibidos o simplemente ignorais por su elevado precio. Para vosotros,el rincón con cariño.

Lunchbox dijo...

Jur, yo en clase de Metodologia de investigación he llegado hasta a probar emuladores y bajarme roms... Menudos vicios al Doraemon de Game Gear!!
In tha curro tengo internet semi-capado...

Adol3 dijo...

Desde luego tenéis una jeta... internet de gorra en el curro... Y algunos con el movil haciendo lo que pueden. XD

Digipure dijo...

Por desgracia cuando yo iba al instituto eso de internet aun no era algo que se considerara util en la escuela, para ser exactos apenas habia gente que se puediera conectar esos dias...

Y los ordenadores... pues iban con MS-DOS, asi que ni siquiera el buscaminas. >.<

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