
Hace años, en una lejana época en la que la única pretensión de los videojuegos era divertir y no hacer de sucedáneo de películas, novelas ligeras, recetarios y cuadernos Santillana, existió una pequeña maravilla japonesa llamada
Pooyan, desarrollada tanto para ser jugada en salones recreativos como en ordenadores. También aterrizó en NES, convirtiéndose rápidamente en uno de los pilares fundamentales de mis sesiones de divertimento dominical. En mis días de párvulo, mientras otros niños esperaban las mañanas del fin de semana para darse un festín de dibujos animados, yo sólo tenía en mente una meta: derribar a hordas de lobos con la rechoncha cerdita (o lo que fuera aquel sórdido monigote) del
Pooyan.
Más de uno llegó a pensar, por el chistoso nombre del juego, que el cartucho de NES escondía otro tipo de fauna, y además en celo. Mi abuelo fue uno de tantos que, receloso al leer lo que ponía en letras grandes en la caja del juego, se sentaba a mi lado para asegurarse de que el
Pooyan de marras no fuera primo de
Custer's Revenge y similares. Cabe decir que fue mi abuelo quien me compró la consola, y después de ver lo que me gustaba acabó comprándose una para él mismo.
Recuerdo cómo, antes de agenciarse su propia NES, mi abuelo me pedía el mando con insistencia para superar mi triste puntuación. Sí, puedo presumir de que tenía un abuelo a quien le gustaban los videojuegos. Pero los videojuegos de verdad. Estoy convencido de que si aún viviera y le regalara un
Brain Training para navidades, me miraría decepcionado y me preguntaría: ¿pero tú por quién me tomas? Si le hubiera dado por entrenar el cerebro, el hombre se habría echado unas partidas al
Salomon's Key antes que ponerse a hacer sumas y restas como un borrego con la DS. La realidad la de la tercera edad "moderna" de nuestros días es tan acojonante como desoladora. Pero me estoy yendo del tema. Ya os hablaré en profundidad de mi abuelo y sus récords con el
Crazy Taxi otro día, si eso.
Pooyan es tan simple como divertido. Con sólo dos tipos de fase y una mecánica de repetición con dificultad ascendente (la cual lo hace tan maravilloso como odioso), puede llegar a enganchar tanto como un
Tetris. Para pasar de fase no hay más que evitar, a base de flechazos, que un determinado número de lobos que se tiran colgados de un globo lleguen al suelo y suban por una escalera para hincarnos el diente. El segundo tipo de fase es aquél en la que los lobos ascienden, también ayudados de globos, hasta una plataforma en la que hay una roca. La cerdita ha de evitar entonces que los lobos que no derribemos empujen el pedrusco hasta que éste caiga sobre el elevador y, por ende, nos despeñemos. Cada cierto tiempo hay fases de
bonus, pero yo sólo he podido ver la primera, ya que en la cuarta pantalla los lobos (que parecen cocodrilos rosas) siempre acaban matemáticamente con las escasas 3 vidas iniciales.
Los lobos-cocodrilo son unos cabrones de escándalo. Llega un momento en que es casi imposible abatirlos, ya que se desplazan a todo trapo y encima aprenden a protegerse de tus flechas, los muy desgraciados. Si a ello le sumamos los proyectiles que te lanzan, más abundantes conforme más complicado es el nivel, la caza del lobo se convierte en un deporte que se practica más por despecho y rabia que por afición.
En lugar de flechas, de vez en cuando la cerdita puede disparar unas barras de carne con las que se pueden reventar varios globos de una tacada. Si hubiesen sido más abundantes, no me cabe la menor duda de que el juego habría sido abrazado por más
casuals. Su mera existencia y dosificación, sin embargo, es lo que le dan a
Pooyan el empujito que le falta a otros juegos para que consigan una jugabilidad, a mi juicio, perfecta. Estas barras de carne siempre me parecieron cohetes, por otro lado.
Pooyan era un videojuego que, con poco, lo ofrecía todo. Tú y yo lo sabíamos, y si no, ahora ya podemos darnos por enterados. Del mismo modo que el pingüino de
Antartic Adventure y otros pocos elegidos, la cerdita en el ascensor (manejado por sus lechones) que arco en ristre evitaba ser devorada por astutos lobos no es sólo un referente inequívoco de Konami, sino del mundo de los videojuegos. No me extrañaría que hubiera algún maníaco que la tuviera tatuada en una ingle. A mí no me hacen falta calcomanías para tener siempre presente este clásico, culpable de que ya desde pequeño sintiera auténtica devoción por un tipo de videojuegos que ahora, lastimosamente, han quedado relegados a la escena
indie y a los bazares virtuales.